Hacer trampas es legítimo. Si no te pillan, claro. Si haces trampas y te pillan nunca te volverán a mirar igual. Todos pensarán que no eres de fiar, que no se puede hacer nada contigo y dejarán de llamarte para jugar al póker, al “pistionary” o a las canicas.
A lo largo de estos años, he conocido a gente que piensa que retocar una foto es como hacer trampas. Supongamos que ser un buen fotógrafo sólo consiste en acertar con el encuadre, en encontrar ese instante decisivo, y que cualquier cosa que se aleje de eso no es profesional. Yo discrepo.
Para mí, el retoque es un arte en sí. Conocer los niveles, las luces… manipular los originales y llevar a un nivel superior una imagen. Llevarla al lugar donde la fotografía se funde con la pintura y se entremezclan para darnos un resultado extraordinariamente bello.
Vale, a veces me excedo con los calificativos, pero hoy quiero dar a conocer a un fotógrafo asentado en Baltimore que ama, que odia, que camina… y que retoca sus fotos, sin llegar al exceso. Quedándose en el punto medio en el que lo irreal llama a la puerta de esta realidad nuestra, a veces tan gris y a veces tan llena decolor. Así lo hace Patrick Joust.