
Cuando coges la cámara y empiezas a disparar a diestra* y siniestra*, es decir, que no tienes ni puta idea y le echas fotos a todo lo que ves, hay varios objetos recurrentes: los pies, las manos, las carreteras, las playas y los cielos. Todo fotógrafo amateur tiene fotos de sus pies, de las manos de su "novia/o" y del verano anterior. Sin embargo hay algo que nos supera a todos, que nos deslumbra tanto que, independientemente del tiempo que tengas tu aparato (léase cámara, por favor), siempre va a quedar bien y siempre va a ser un espectáculo de luz y color imposible de obviar.
El cielo, que cada tarde es distinto: en formas, colores, ilusiones. El cielo no defrauda, nieve, truene o haga un sol de muerte. Está ahí, inmenso, ocupándolo todo. Como una gran pena o una gran esperanza.
Yo caminaba hoy, por una ciudad extraña que cada vez lo es menos, y que cada vez es un poquito más mía, porque la mente se rebela y te dice: es el mundo, y aquí es donde vives; todo es igual aunque sea distinto. Y recuerdo que, en estos últimos meses, me ha venido a la cabeza repetidas veces una canción de los Celtas Cortos que dice que en la vida hay dos caminos a elegir: "uno muy gris, pero seguro, sin arriesgarte a mojarte el culo" y continúa " si elegiste el otro lado, del camino ten cuidado, si tu has elegido muerte, hoy ha cambiado tu suerte; si eres otro bicho raro, pa´ las leyes del mercado, únete a la mayoría de esta inmensa minoría". Total, que me acabo preguntando qué camino he escogido yo, si he renunciado a mucho, si estoy aspirando a poco, o viceversa. Si a veces crees que estás en un lado y en verdad estás en otro. Si no hay dos caminos y de todas formas acabamos en el mismo lugar.
A veces se me olvida luchar, respirar, caminar y mirar hacia delante. A veces se me olvida de dónde vengo y a dónde quiero ir. A veces me olvido de sonreir, de disfrutar. Se me olvida que ESTE momento es único y no puedo pasarme el día durmiendo, porque se acaba y no sé por cuánto tiempo se mantiene una misma situación. Aunque nunca pase nada, y nada sea igual.
Entonces miro al cielo (si lo pongo en tercera persona "miras" suena menos cursi o manido), como decía, miro al cielo y descubro su inmensidad, su autenticidad, su inestabilidad... y veintemil palabras acabadas en "dad" que llenan de grandeza todo lo que me rodea. Y pienso que no tengo que pensar tanto, sino vivir más.
Y me vuelvo a casa con menos frío y con un poquito más de felicidad, de humildad incluso. Porque mañana será otro día, esperemos. Porque hoy he vivido un poco más y no me he quedado paralizada ante la rutina que me espera.