Se llamaba Milagros y era una de las mujeres más longevas del pueblo. Andaba costosamente con un bastón de roble, aunque su cabeza estaba demasiado lúcida para su edad. Cuando fue a despedirse de Angustias, ésta le pidió que le contara un cuento, como acostumbraba hacer con todo aquel que se acercaba a visitarla en el lecho de muerte. Así que Milagros, que sabía más historias por vieja que por leída, comenzó a relatarle el origen de su nombre.
"Esta historia empieza antes de que yo naciera. Mi madre, que en paz descanse, tuvo 8 hijos de los cuales ya pocos quedamos vivos. Yo soy la pequeña y después de tener 6 hijas no se le ocurría ningún nombre apropiado para mi. El resto de mis hermanas llevan los nombres de mis abuelas, de las tías de mis padres... pero cuando yo estaba llegando, no les quedaban parientes para (ni ideas) para ponerme nombre. Tampoco quiso buscarlo en la Biblia, pues aunque era creyente y practicante, los relatos del Santo Libro solían ponerle los pelos de punta.
Así pues, llegó el día del parto sin saber aún cómo llamaría al niño en el caso de que fuera otra niña. Y además, llegó con tal mala suerte que hallábase sola en la casa, sin más acompañamiento que un perro viejo y rabioso, que no hacía otra cosa durante el día y parte de la noche, que ladrar y rascarse las pulgas. A la pobre mujer, le vinieron los dolores mientras desplumaba una gallina y sus gritos de dolor, se confundieron con los del animal, por lo que nadie pudo oírla. Como pudo, salió a la calle, que además estaba vacía, porque era miércoles de ceniza y todo el pueblo había acudido a misa. Cuentan que cuando llegó a la puerta de la iglesia, el cura despotricaba sobre los tiempos de desgracia que asolaban el pueblo, puesto que en ese momento había sequía y se perdieron varias cosechas. En el momento en el que mi madre entró a la iglesia, Don Eusebio, el párroco, decía:
- ¡Lo que necesitamos es un milagro! ¡Un milagro, por favor!
Mi madre gritó y calló al suelo todo lo larga y ancha que era. Los vecinos y el mismo Don Eusebio, se acercaron a socorrerla. El parto, que duró poco menos de una hora, se arregló en la puerta de la propia iglesia y justo cuando rompí a llorar, comenzó una lluvia que no cesó en 7 días y que arregló parte de la cosecha que estaba perdiéndose.
Por esa razón me llamaron Milagros, porque traje la lluvia cuando más falta hacía. Y desde entonces, ningún año ha dejado de llover en Miércoles de ceniza."
Angustias, conocía la leyenda de Milagros, pero nunca la creyó del todo. Aún así quedó encantada con su historia, le dió las gracias por visitarla y se durmió plácidamente soñando con la lluvia y las cosechas.
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