Hace mucho, mucho tiempo, las cámaras fotográficas era un privilegio que muy pocos podían permitirse. La gente acudía a fotógrafos callejeros para tener un retrato de familia y así perpetuar de alguna manera ese momento único que, de otra forma, sólo permanecería en sus memorias. Los pintores y artistas gráficos despreciaban a los fotógrafos por servirse de “artilugios poco lícitos para intentar imitar obras de arte y los que menos acceso tenían a la cultura, pensaban que era un instrumento del diablo que podía robarles el alma.
Los tiempos cambian, por suerte o por desgracia, y pensando en que a mi madre le da vergüenza posar para una foto, en ocasiones me llama la atención la naturalidad con que los chavales de 16 años (por decir una edad) se recrean ante cualquier objetivo y lo suben a la red.
Este devenir tecnológico nos lleva de un extremo a otro, pasando en apenas un siglo, de algo muy reducido a un fenómeno de masas. De una forma excluyente de hacer arte a un sobre-exceso de imágenes que cada vez rozan más la perfección. ¿Quién no tiene Photoshop? ¿Quién no descarga en su iPhone programas maravillosos que transforman cualquier captura mediocre en bonitas imágenes? No lo dudo, llegará el día en que cualquiera pueda poner en su currículum el título de “fotógrafo” sin necesidad de haber cursado ningún tipo de estudio al respecto. Restando valor a algo casi mágico.
Pero mientras llega ese día y algunos se siguen resistiendo a autoproclamarse “artistas digitales”, podéis disfrutar de bonitas imágenes y lucirlas en vuestros aparatos casi como verdaderas obras de arte. Al menos, eso es lo que me da la impresión que pretende Tseventy. Y yo me lo creo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario